(Recupero este artículo de enero 2015)
Hace poco tiempo, demasiado poco, la programación televisiva del sábado noche se centraba en el entretenimiento más popular y distendido, desde las producciones de José Luis Moreno, con actuaciones en playback y vodeviles de ‘matrimoniadas’, pasando por el cine comercial, el fútbol, y acabando en los clásicos programas ‘rosa’, como lo han sido Salsa Rosa, Dolce Vita, o La Noria. En estos últimos programas la audiencia, la numerosa audiencia, demandaba espectáculo en forma de cuernos, embarazos, y demás tribulaciones de los famosos. Y todo ello visto desde la comodidad del sofá y la luz tenue, con pijama de felpa, y en su caso, con gintonic de Larios en la mano. Las cadenas sabían que cantantes como Bertín Osborne, Lolita, María Dolores Pradera, y otras vanguardistas estrellas, como los humoristas Arévalo o Chiquito de la Calzada, garantizaban el share suficiente como para contentar a los patrocinadores y anunciantes. De la misma forma que en los programas rosas las adicciones de Angel Cristo, las diferencias entre Carmen Thyssen y su nuera, o la separación de Rociíto y Antonio David Flores, mantenían cuotas de pantalla estratosféricas. No sólo ocurría los sábados, sino que todas las mañanas, a la misma hora en la que ahora se emite Al Rojo Vivo, Los Desayunos, las Mañanas de Cuatro, o Espejo Público, se emitían programas del corazón y el entretenimiento presentados por personas como María Teresa Campos, o su hija Terelu.
Hoy en día parece haber cambiado la tendencia, y ese producto espectáculo de chismorreo y banal humor o canción, se ha transformado en programas de debate ‘político’, con representantes institucionales y políticos de primer nivel. Sin embargo, pese a que haya variado el producto y el ‘packaging’, se mantiene la misma receta de siempre, debido a que en el fondo, puede que sí en la forma, no ha cambiado nada en la demanda del espectador.
Jubilados como Ibarra, Cristina Almeida, Julio Anguita, José Bono, Alejo Vidal Quadras, Revilla, y otros han sido habituales invitados a estos programas de televisión, en entrevistas revestidas de actualidad pero con evidente tinte ‘vintage’ o nostálgico. Una especie de ‘Qué tiempo tan feliz’ nocturno. Así mismo, los Marhuenda, Pablo Iglesias, Miralles, o Carmona, sustituyen a los otrora periodistas del corazón y sus bárbaras rey o carmenes rossi. Cualquier incauto o ingenuo observador podría creer que el hábito ha cambiado del interés puramente cotilla y voyeur al interés político y elevado, como si esta sociedad desinteresada y pasiva hubiera despertado y pasara a estar interesada en la realidad política de nuestro país. Nada de eso ocurre, todo sigue igual, seguimos con los sábados sabadetes de género espectáculo, cambiando, en todo caso, de números, en el sentido de actuaciones.
Gran parte de la sociedad española asiste escandalizada a la redifusión constante de casos de corrupción, como lo hacía antes ante la separación de la Jurado y el boxeador. Nadie reconocía ver aquellos programas, pero todo el mundo los veía. Cada vez menos gente reconoce votar a los partidos corruptos, pero los vota.
¿Alguien cree que las cadenas privadas tiene por objetivo puro y generoso el de hacer pedagogía política y ayudar a transformar la realidad mediante información escrupulosamente seleccionada? o ¿por el contrario podemos intuir que se pretende, como se hacía hace poco con los programas rosas, alcanzar la máxima audiencia?. Mucha gente quiere espectáculo, ver al cristiano morir devorado por el león, revisionar a Cospedal explicando al finiquito en diferido, ver al famoso arruinado por culpa de sus miserias contar su tragedia frente al sanedrín pseuoperiodístico. No quiere aprender de adicciones de marismeños para conocer el problema de las drogas, ni valorar los programas electorales para reflexionar su voto. No, mucha gente sólo quiere entretenerse desde el sofá, con el Larios en la mano, viendo a Inda pedir a Iglesias que condene a ETA y a la dictadura venezolana, mientras blasfema por el último caso de corrupción aparecido.
A la historia han pasado aquellas imágenes antes tan difundidas de reporteros tras el famoso del corazón para tomarle declaraciones en torno a su última aventura sentimental. Ahora es el político al que persigue la prensa para que responda sobre sus pecados, sus corruptelas. Alguien debería estudiar si Isabel Pantoja, la ‘reina de corazones’ de la prensa rosa es la pieza clave en este cambio de hábitos, al mezclar en la coctelera corrupción, política, espectáculo, y corazón. Quizá los medios nos sirvieron en copa de cóctel aquella mezcla explosiva, y aún seguimos demandándola. Pero por alguna razón ya no vemos periodistas en la puerta de Jesulín de Ubrique, sino en la de Jordi Pujol.
Y es que, y es así de duro, pese a la indignación colectiva, una semana sin corrupción, sin imágenes de entradas y salidas a la Audiencia Nacional, sin guardias civiles de paisano sacando cajas, sin explicaciones kafkianas de cínicos populares, no es una semana entretenida en el sentido televisivo, y de forma inconsciente, en esta sociedad de masas despreciamos y necesitamos la corrupción a partes iguales. La repudiamos, pero estamos enganchados a ella, indignados, pero encantados. Y estos programas en ocasiones la exhiben, la retuercen, la explotan, pero no siempre desde un análisis riguroso y constructivo. No es la reflexión, es el show. Es el morbo, el puro morbo