Hasta el 20 de diciembre de 2015 cuatro partidos parecían contar con similares expectativas de cara al recuento de las urnas, pues gran parte de los sondeos advertían de un cuádruple empate que, una vez pasados los españoles por las mesas electorales, se transformó en un podio escalonado de PP, PSOE, PODEMOS y Cs, una especie de foto de los hermanos Dalton. La actitud de Rajoy dejando pasar el cáliz (conociendo la ausencia de apoyos), y el repertorio de excusas de PODEMOS para no facilitar un gobierno socialista, dejaron curiosamente a PSOE y Cs en una situación de debilidad que quisieron compensar con aquella firma en el Salón Constitucional del Congreso, con una pomposidad exagerada, como si de un acuerdo entre la URSS y EEUU se tratara, en plena Guerra Fría. Pero el panorama estaba claro: A ambos lados existían ya dos bloques cuyo única intención era la de liderar ellos mismos la formación de gobierno: el PP y PODEMOS. Que se repitieran o no las elecciones, para ellos, era lo de menos.

A lo largo de esta campaña el partido en el gobierno se ha empeñado en hacernos creer una afirmación: “O nosotros o el caos”. Y lo cierto es que, con las distintas interpretaciones que podamos hacer de qué es o no el caos, la reducción al absurdo no es tan descabellada: las acciones de unos y otros, sumadas a lo que las recientes encuestas señalan, lo indican: O el PP, o eso que algunos llaman ‘caos’, y otros ‘gobierno progresista’. Y esto es porque, como he dicho, PP y PODEMOS sólo aceptan capitanear gobiernos, y no ser apoyo de otros, aunque eso suponga acudir a unas terceras elecciones, como ha anunciado el presidente Rajoy. El resto, tanto PSOE, Ciudadanos, como los partidos minoritarios podrían inclinar balanzas, sumar gobiernos, pero no constituir peso suficiente en sí mismos, repito, según indican las encuestas recientes.

¿Quiere decir eso que únicamente PP o PODEMOS tienen posibilidades de ganar el próximo domingo? Pues sí, y no. Pese a que todos salen de la misma línea de salida, y a que en los colegios existan las mismas papeletas dispuestas para todos los partidos, la realidad es que las encuestas hace mucho tiempo que dejaron de ser fotos de la realidad, para pasar a convertirse en profecías autocumplidas y herramientas de especulación para grupos de poder. Lo siento por el PSOE, pero si las encuestas le dan por derrotado en su particular batalla por el electorado ‘de izquierdas’ lo tiene realmente complicado: el indeciso prefiere siempre subirse a caballo ganador. Algo parecido a por qué los niños en el colegio se hacen del Barça o del Real Madrid, y no del Hércules o Betis.

Y es que para desgracia de todos, el voto no se emite en base a reflexiones sobre los distintos programas electorales, sino sobre pulsiones de carácter emocional. Hace tiempo que los candidatos dejaron de ser señores serios y aburridos a los que principalmente los diferenciaban ideologías. Ahora se trata de concursantes de un reality show nacional en el que compiten por no ser nominados, tratando de caer más simpáticos o más cercanos, y persiguiendo esa peligrosa “humanización” por la que luchan sus asesores de campaña, aun a riesgo de que sus líderes hagan el ridículo en ocasiones.

Conscientes de todo ello, Unidos Podemos ha sustituido un discurso agresivo, aquel de pueblo contra la casta, por otro mucho más amable, más seductor, y ha suavizado las formas, las palabras, y hasta las etiquetas, haciéndole la puñeta a un PSOE al que le valía con llamar ‘populistas’ y ‘radicales’ a los que ahora sólo van propugnando amor y sonrisas, pintando corazones por las plazas, y subiéndose humildemente a escenarios teatrales en los vídeos electorales.

Asumiendo, por tanto, que el runrún existente es o PP o “lo otro”, al margen de los votantes convencidos de cada lado, muchos ciudadanos indecisos se sienten obligados a elegir, como el del chiste, entre susto y muerte, una especie de macabra elección entre PP y Unidos Podemos, como si no existieran más opciones. Esta vez, más que nunca, el voto útil marcará el resultado. Un paradójico voto “en contra”, pese al lema “a favor”, de los populares, y que favorece mucho más a estos últimos que a los otrora comunistas.

Ese porcentaje de indecisos debe elegir el domingo entre un partido castigado por la corrupción, y otro al que acusan de estar financiado por un régimen dictatorial y que cambia de opinión día sí y día también. Un político me decía entre risas, al hilo de esos indecisos que acabarán recalando en la ‘utilidad’ del voto: “para muchos votar será como pensar en el barrio italiano en Nueva York en las películas: tu negocio funciona, abre la pizzería, la floristería levanta cada mañana la persiana… y la mayoría de la gente asume que ese orden conlleva la existencia de una banda que recauda su mordida, su parte del negocio. ¿Están los vecinos del barrio dispuestos a continuar con el ‘status quo’ o prefieren, por el contrario, cambiar de gánsters?”. No creo que mi interlocutor estuviese llamando mafia a nadie, ni comparto la reflexión, pero reconozcamos que el ejemplo está bien traído y tiene su aquél.

¡Ah!, por cierto… a alguien habrá que votar, ¿No?

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