Me resulta fácil concertar una cita con Antonio Muñoz. Los amigos comunes (mando mi abrazo a Patricio Peñalver y a Esteban Bernal) han hecho su gestión, y la humildad de Antonio termina de ponerlo fácil. “¡Te estamos esperando aquí!” me dice por teléfono, sin saber yo a qué lugar se refiere. Termina de explicarlo, y entiendo que el encuentro será en la escuela de música que tienen en la localidad de La Unión. Los Fernández son una familia imprescindible para el flamenco de La Unión, por su casa han pasado los grandes artistas, y el abuelo de Antonio, el guitarrista Antonio Fernández, ‘preparaba’ a muchos de los artistas antes de sus actuaciones.

Al entrar a la escuela encuentro instrumentos, carteles, fotografías, y varias personas, pero toda la atención se la lleva la madre de Antonio, en la que descubro un magnetismo especial. Para la cita ha elegido un vestido amarillo y una medalla sobre el pecho que no acierto a ver bien, pese a lo que destaca. Mi prudencia me aconseja dejar de mirar ahí. La mujer del vestido amarillo es Encarnación Fernández, gitana de piel morena, una leyenda viva del flamenco, referente absoluto del “cante de levante”.

Encarnación es poseedora de dos Lámparas Mineras del Festival Internacional del Cante de las Minas, premios que consiguió en los años 1979 y 1980. No presume de su gran carrera, pero con la ayuda de su hijo Antonio conseguimos que nos cuente algunos de sus hitos. “He cantado por toda España, en todos los sitios, y con los más grandes: Camarón, Fosforito, Mercé, Paco de Lucía, José Meneses…”. Su trayectoria artística ha culminado con el reconocimiento institucional, pues desde el año 2010 es profesora titular de cante flamenco en la Escuela de Arte Flamenco de la Cátedra de Flamencología de la Fundación Cante de las Minas y la Universidad Católica de Murcia.

“Voy a cantar hasta que pueda, yo me encuentro muy bien”. Encarnación nació en el año 1948, y tiene 4 hijos. Hija del guitarrista Antonio Fernández, un referente en el flamenco unionense. “Mi hijo toca la guitarra porque mi padre le enseñó desde pequeño, cuando casi no podía cogerla. Y luego también mi marido (Alfredo) le obligaba, y así aprendió desde muy pronto”. Quizá ese empeño en que el pequeño Antonio aprendiera permitió que hoy la familia cuente con un importante guitarrista. Antonio Muñoz es guitarrista oficial del Festival, ganador del Bordón Minero con 13 años, y ha publicado distintos discos en solitario. “He viajado por todo el mundo tocando, he estado en Francia, en la India, y en breve voy a Japón”.

Sentados sobre el suelo donde se enseña y aprende baile flamenco continuamos hablando de la música actual, de la vinculación con el mundo gitano, con La Unión, y percibimos las diferencias artísticas entre madre e hijo. “Yo soy del flamenco puro, y ahora hay mucha mezcla”, nos dice Encarna. “Yo soy más de fusión del flamenco y otros estilos, pero hay que diferenciar hoy en día el flamenco de lo que no es flamenco”, indica Antonio. La escuela de música que dirigen los Fernández cuenta con clases de cante, guitarra, baile y piano, y está dirigida a todas las edades. Antonio Muñoz imparte clases de guitarra flamenca, pero reconoce ser un músico “de oído”, sintiendo el instrumento, desde el corazón, y menos desde la razón. “Comencé a estudiar solfeo, pero enseguida lo dejé”. Ambos me convencen de que el flamenco goza de muy buena salud, con importantes exponentes en el panorama nacional, y con un futuro muy prometedor. Me alegro por ello.

Descubro a Encarna sonreír plenamente en apenas unos minutos. La primera al enseñarme las fotos que cuelgan de la pared del local, y la segunda al referirse a sus nietos. La estirpe tiene asegurada la continuidad con los biesnietos de Antonio Fernández. Encarnita, y José Alfredo, entre otros, prosiguen la tradición flamenca y empiezan a mostrar el talento de su padre y tío, abuela y bisabuelo.

Llega el turno de hacerles unos retratos. Les pido que posen juntos, y sin previo aviso se lanzan a hacerme un inesperado regalo. Los endemoniados dedos de Antonio tocan las notas secas que invitan a Encarna a cantar. Y de repente me encuentro tratando de captar a través del objetivo todo lo que veo y oigo: un torrente de voz, unas palmas poderosas, el virtuosismo de Antonio… Un lujo.

Antes de recoger el material fotográfico me atrevo a preguntarle: “Encarna, ¿Qué es la medalla que llevas?”. Encarna se ríe, pero me la enseña inmediatamente. Es una moneda de plata de 5 pesetas del año 1870, perfectamente conservada. “Antes los premios los pagaban en monedas, con una bolsa de lienzo, llena de monedas”. Entonces comprendo que Encarna lleva en el pecho, con esa moneda, el merecido reconocimiento a su talento y su trayectoria.

Artículo publicado en La Opinión de Murcia el 11 de agosto de 2019.

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