Raquel Sastre llega puntual a su cita con la entrevista. Puedo ver cómo se acerca desde lejos, caminando firme y la mirada al frente, sin agacharla. Se muestra cordial, tanto, que invita a charlar más que a establecer una rígida entrevista. Nos acompañan dos cervezas y el ruido de las campanas de la Catedral de Murcia. Accesible y cercana, concierta la cita a través de Whatsapp, con su teléfono móvil, que es una auténtica extensión de ella misma: la herramienta que le permite estar cerca de su público de forma permanente – Raquel ocupa uno de los primeros puestos en el ranking de tuiteros murcianos con más seguidores. Bibliotecaria de profesión, y por oposición -le gusta que se sepa-, dejó su vocación documentalista por el mundo del espectáculo, y más concretamente por el humor, y actualmente trabaja como guionista y monologuista.
Conversar con un humorista acerca de su profesión empuja necesariamente a preguntar si en la situación actual, con las dificultades económicas y políticas, el humor tiene cabida, en definitiva si es o no es momento para la carcajada. Raquel considera que la indignación actual, que lleva al nerviosismo a gran parte de la sociedad, arrastra a gran parte de la ciudadanía a la reacción irascible, tensa, en ocasiones exagerada, algo que ella reconoce con cierto pesar, pero le confiere orgullosamente al humor un papel protagonista en cualquier momento histórico, por muy complejo que éste sea.
Raquel ha percibido que en los momentos más complejos, los más difíciles de atravesar para un país, “extrapolamos nuestros traumas, nuestras mierdas”, la gente peca de exagerada susceptibilidad, e incluso considera que si Rajoy contara un mal chiste no se le perdonaría nunca, muchísimo menos que muchas de las decisiones que toma desde el punto de vista político. Así mismo reconoce que sus “chistes burros” son parte de sus señas de identidad y que su público más fiel aplaude su humor negro, “ácido” como ella se encarga de remarcar en varias ocasiones a lo largo de nuestro encuentro.
Hago mucho humor con Irene Villa
Cuando Raquel era niña en la tele España se reía con el 1, 2, 3, Martes y Trece, Tip y Coll, sin embargo ahora mandan las marcas, que deciden con qué se hace humor y con qué no, a nivel de masas, y lo lamenta. Reconoce que es posible que exista una burbuja del humor, debido a la proliferación de canales temáticos y de locales habilitados para los espectáculos de monólogos. Aprovecha para criticar la ausencia de humor incisivo, “hay un humor light”, para ella el único programa de humor que hay ahora para ella es “Vaya Semanita”. Recuerda Sastre que es curioso que la sociedad establezca una especie de límites: “si hago un chiste del Real Murcia en Murcia me comen, si lo hago de ETA en el País Vasco provoca menos indignación”. Para ella, reírse de una cosa no significa tenerle poco respeto, y deja claro que es fundamental no confundir el humor con la burla, aunque confiese que las dos cosas hagan gracia, una implica respeto y la otra no. Se muestra una persona tierna y muy sensible, a pesar de ser capaz de hacer humor con los temas más políticamente incorrectos posibles: la discapacidad, el racismo, el terrorismo, la pedofilia, etc.
“Yo hago mucho humor con Irene Villa, y he hablado con ella” confiesa Raquel para señalar que el humor es lo único que queda de memoria colectiva, ahora que “ya no hay bombas”, y así pues, considera que los chistes permiten mantener vivo el recuerdo de muchas cosas, que es preciso recordar, tener presente: “si alguna vez me pasa una desgracia gorda ojalá haya chistes de aquí a la eternidad”.
Límites del humor
Para ella no hay límites en el humor, esos límites están en el espectador, y se muestra como una firme defensora de la libertad en el humor, desechando la censura. Considera que cada espectador debe seleccionar el humor que más le atrae, entendiendo que deben elegir un nivel. Lo que para algunos puede ser inocente puede ser para otros una gravísima ofensa. La risa, en ocasiones, “la tenemos criminalizada”.
Sobre la tristeza, los malos momentos, Raquel se muestra valiente, no esconde que hay momentos en los que enfrentarse a la vida con el humor no es sencillo. Sorprende escucharla contar como sus “mejores bolos” han sido en los peores momentos de su vida, en los más complicados. Confiesa sentirse “más ácida, más ágil”, algo que le permite sacarlo todo. “Me viene muy bien estar cabreada” explica con vehemencia. “Me ha pasado tener momentos muy graves, subirme al escenario, sacar una actuación adelante, y volver al hotel a llorar”. Confesiones que transmite sin pudor.
Es necesario mucho trabajo para hacer reír
Talento y trabajo, para Raquel ambas cosas iguales de importantes. Reconoce que el talento a la hora de hacer humor, “ser gracioso”, es fundamental, y cuenta cómo para ella gente como Dani Rovira “coge una esquela y leyéndola te hace reír”, pero es la excepción. Detrás de cada chiste, de cada frase, hay trabajo, mucha revisión, muchos cambios, y mucho espejo. “Hay cómicos que son mejores escribiendo y en el escenario son peores”, pero es complicado que alguien funcione si sólo cumple una de las dos premisas. “No me creo que Messi la primera vez que tocó un balón metiera un gol” zanjó, “es necesario mucho trabajo”.
Un mundo de egos
Una profesión en la que se vive de hacer sonrisas es también, a juicio de Raquel, un peligroso caldo de cultivo de la comparación constante, en el que muchos egos chocan entre sí, pero en donde también hay una amistad muy especial en el plano personal entre los diferentes profesionales. Para ella, esto afecta menos a las mujeres que a los hombres, y lo reconoce mostrando cierto alivio: “como somos pocas chicas me escapo un poco”. Justifica esta ausencia de rivalidad femenina en que las pocas mujeres que se dedican al humor desempeñan estereotipos muy diferentes entre ellos que las hacen diferentes.
Su rostro se torna más serio cuando es preguntada por el mayor temor que tiene, su mayor miedo. No duda mucho en reconocer que el mayor miedo de un cómico es “que no se rían”, y lo dice muy seria: “Es muy duro, lo peor para un cómico”, aunque también confiesa que pasada esa difícil experiencia es un buen recurso para hacer reír a sus colegas de profesión en encuentros distentidos. Se atreve incluso a contarme el caso de un célebre cómico y presentador de televisión al que “invitaron a marcharse” de un acto en el que había sido contratado.
Dada su profesión de bibliotecaria le saco a colación los famosos fragmentos de la novela de Umberto Eco, El Nombre de la Rosa, en los que un viejo monje criminaliza la risa y el humor, responsabilizándolo, incluso, de las muertes producidas en la abadía benedictina. Apunta cierta nostalgia al reconocer que las bibliotecas pueden ser muy divertidas, y confiesa que aprovechando su estancia en Murcia va a quedar con antiguos compañeros.
Al acabar la entrevista me recomienda la serie “Black books”, con un “humor ácido” imprescindible, según ella.