Sangre Han vuelto a matar sin escrúpulos. En abierto, indiscriminadamente, al bulto… daba igual si la sangre derramada era de buenas o malas personas, de jóvenes o mayores, de creyentes o ateos, de ricos o de pobres. El Estado Islámico vuelve a sembrar el terror, esta vez a apenas unos mil kilómetros de aquí, aunque haya un mar de por medio. Vuelven a matar condenando a su pueblo al hambre, ahuyentando al turismo que mantiene la economía de países como Túnez. Poco les importa si ahora se cancela la mayoría de reservas hoteleras de este verano, si esto supone frenar la expectativas de crecimiento de sociedades débiles. Lo que les importa es sembrar el miedo, debilitar, y poseer. Y mientras reaccionamos a corto plazo, elevando el nivel de alerta terrorista, o copando portadas y cabeceras de informativos, nos perdemos el medio y el largo plazo. En ese, el terreno de la reflexión y no del reflejo fácil, es en el que tenemos que trabajar, porque basta con leer un poco de historia para comprender que estas cosas pasan y generalmente salen mal. Ni hablamos el mismo idioma ni jugamos con las mismas reglas, y mientras nuestros regímenes democráticos y de Derecho establecen un complejo sistema para dotarnos de derechos y deberes, otros, mediante atajos, juegan a cargarse precisamente nuestros avances. Romper la baraja suele ser más fácil que encadenar una escalera de color. Estemos atentos, y reflexionemos, porque aunque llevemos la razón, nuestra razón nos hace más vulnerables al terror irracional del fundamentalismo.

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