(Artículo publicado en Diario La Opinión de Murcia el 1 de julio de 2016)

Miguel Ángel Cámara fue alcalde de la ciudad de Murcia durante 20 años con mayoría absoluta. Durante esas cinco legislaturas el principal problema de la oposición era luchar frente a lo que se conoce como ‘rodillo’. ¿Y qué es el rodillo? Pues ese muro infranqueable, sordo y desdeñoso, que aplasta cualquier propuesta alternativa a las del gobierno, por muy sensatas o útiles que éstas resulten. Pues sí. Resulta que durante cuatro lustros en Murcia existió ese rodillo, hasta que hace justo un año tomó posesión una nueva corporación municipal que retornaba, tras 20 años, al formato de un gobierno en minoría.

La elección de Ballesta como alcalde no fue tan sencilla como aparentemente resultó y todo apuntaba a que Ballesta pendería de un hilo y que su gobierno tendría enorme inestabilidad, sometido a las exigencias del resto de grupos, que de unirse, lo sacarían del despacho de alcalde a patadas mediante una moción de un censura.

Pero Ballesta demostró habilidad desde el primer pleno que le tocó presidir, pues en lugar de oponerse a las propuestas de la oposición como caracterizaba a los ariscos gobiernos camaristas, el ‘nuevo’ PP en el Ayuntamiento aprobaba todas las mociones sin mucha discusión, negociando en algunos casos, y negándose en muy pocas ocasiones, alimentando la vanidad de los ediles opositores. Esto ha supuesto, durante este año, que los plenos reporten un sinfín de puntos aprobados que se parecen más a los deseos que se escriben en un mural de un colegio con motivo del Día de la Paz que a asuntos serios a poner en marcha. ¿Por qué? Pues por varias razones. En primer lugar porque el equipo de gobierno no está convencido de cumplir muchas de las cosas que se aprueban, muchas con su propio voto. En segundo lugar porque los Plenos se convierten en foros para demandar arreglos de aceras, cambios de horario en la apertura de centros municipales, y chorradas por el estilo que deberían tramitarse mediante la fórmula de ruego, y no de moción. Si a esto le sumamos que cada cosa que se cuela en el Pleno se aprueba, por muy absurda que sea, pues ya tenemos plenos de 10 y 12 horas, total… se aprueba todo, ¿Por qué no presentar cada vez más cosas?

Mientras, Ballesta, tranquilo, continúa gobernando, recuperando para su formación el apoyo perdido en las urnas hace un año, y llevando a cabo sus políticas gracias a unos presupuestos aprobados por el mismísimo PSOE. El problema es que el equipo de gobierno tiene sobre la mesa infinidad de asuntos por cumplir que en algunos casos cuentan con dotación presupuestaria y otras no. Otras veces gustan a Ballesta y a su equipo, y otras no. Y otras veces tienen todo el sentido del mundo, y otras no. Pero los acuerdos de Pleno están para cumplirlos, gusten o no, siempre y cuando cumplan la legalidad, exista dinero para hacerlo, y se cuente con medios humanos y administrativos para tramitarlos. Y aquí es donde entra el Secretario municipal, que emite un informe recientemente que disgusta a la oposición pues niega que siempre puedan cumplirse los acuerdos, si éstos contravienen o no tienen en cuenta cuestiones competenciales de otros órganos a los que pudiera afectar.

Por todo esto ayer la oposición organizó una singular protesta: no realizar su trabajo, es decir, no presentar propuestas en el Pleno y en el caso de Ahora Murcia subirse a la grada junto a unos vecinos. Si de una oposición frente al rodillo de Cámara se tratara, podría entenderse (y tampoco) el cabreo y recurrir a este “pues ahora no respiro” que hacen los niños, pero hacerlo frente a un gobierno en minoría es tan inútil como ridículo. Un “y si no, nos enfadamos” que se titulaba la película del recientemente fallecido Bud Spencer.

Ballesta puede irse a la playa cuando quiera. Si la máxima amenaza de tu oposición es subirse a la grada significa que vas a seguir siendo alcalde, y que volverías a serlo cuando te correspondiera la reelección, y esa vez por mayoría absoluta. Me cuentan que ayer el alcalde se echaba las manos a la cara en el Pleno. Quizá porque no se aguantaba la risa.

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